jueves, 1 de noviembre de 2018

Cada mañana mis pasos eran jalados desde la tensión rutilante de una maquina emotiva, Trate repetidas veces de detenerme y fragmentar el camino tejido como una madeja. La mirada parecía dictar una carta, compuesta de rutinas y respuestas claras, caminar entre las calles, subir entre escaleras y ver las autopistas con sus corrientes de humo y sus desmembrados ruidos, tejían el silencio que debe ser silencio y a su vez ausencia, siempre creí que callar era una característica de la memoria que aprende del olvido y de la respuesta repetitiva.
Sí, siempre aprendí a vivir en el olvido, hasta ahora comprendo porque todas las mañanas había un eco grave y repetitivo como un bombo que suena a dos golpes, remarcando una melodía que cada tanto quería olvidar, dando golpes al aire, escuchando la rutina y la propaganda, encendiendo el tv y leyendo la prensa, los viejos hábitos en los que uno renuncia a ser, aunque debo confesar, generalmente sentía que me esparramaba en el sillón, me escurría y las fibras de cada poltrona me rechazaban, yo no era un sillón y no reunía las condiciones para proponer dicha potencia.
Estar vivo es una condición necesaria para transmitir las emociones, aunque cada que aquella melodía trataba de volver, muchas veces se asomaba en sueños como un cachorro que quiere jugar y emite ruidos pretenciosos, nunca he sido bueno para mimar o transmitir cariño, por eso no quería consentir en mi memoria aquel preciado bomboneo, aunque nunca pude desconocer la belleza de su armonía y la novedad de tener una propia cadencia, quizás fue el temor de ser descubierto y señalado como un loco con ruidos en la cabeza.
Aunque es cierto, a veces habitaba en mí una voz que me preguntaba entre temblores y sollozos, ¿estoy muerto? la única manera en la que pude explorar sin temor a ser descubierto, fue cerrar los ojos profundamente mientras viajaba, viajar era ser jalado sin maltratar los músculos y el cuerpo, aunque seguía siendo jalado, la primera vez que atine a enfrentar aquella voz interior, me surgio una duda, si me decía estoy muerto, era la voz de un fantasma que habitaba en mi ser, era acaso la materialización de un aspecto de mí.

Bastantes noches con sus días guarde silencio y deje que las cosas sucedieran, era más una voz que me repetía, estás muerto ¡estoy muerto! acaso estaba en otro plano astral, en un viaje ontológico, o como repetían en los pasillos de la iglesia y en los corredores del hospital, yo estaba loco, no, a pesar de que me confesé desde un primer momento como una persona débil nunca me he sentido diferente a nadie, era la muerte que acudía a mi desde el vacío y la angustia, mi propia muerte fue una manera figurativa en la cual desde mi interior se emitieron mensajes de ayuda, gritos de socorro, que nunca hube de atender, el acercamiento a la angustia es el momento en que todo moribundo se acerca a vivir, para tomar nuevos caminos y formular nuevas preguntas, tres segundos antes de dejar de existir.