domingo, 18 de mayo de 2008

Cinco pasos hasta el ascensor, obturar la flecha hacia abajo, esperar que la puerta se abra, de frente al espejo, de frente al brillo la música de cadena, el aire acondicionado, el restaurante, la carta, el plato, comer en aquel ambiente perdurable, agradable y de nota cinco, el cuidado en los detalles es único, el silencio del confort es un sabor agridulce, una pretensión de calidad y servicio, pero aun en dicho espacio existe la necedad de convivir en compañía de la soledad, esta vez con sus telas finas y licores importadas, no por ello cambia su dimensión, quise ignorarla sumergido y aguantando la respiración, huí de ella como un presunto ladrón colombiano en Ecuador, fue inútil la cargaba en la espalda, no me invadió el frío grueso del temor, era los celos enfermisos de sentir su respiración, trate de ser único y respirar la abundancia, baje pues de la banda estática mojado en sudor, ahora en el baño turco, en la recia humedad, el calor, la temperatura, fue tan ruin como se burlaba atrás de la puerta, ahora en mi habitación desde el piso 10, por la gran ventana me doy cuenta que hace años ya no puedo llorar como el cocodrilo pianista, esto lo entendía mientras me susurraba al oído, mira como pasa tanta gente por la sexta y aun acompañados cargan ligeramente su propia soledad, no pude resistir mas, tome el portátil conecte la energía, escuche ausente la radiolina mientras escribía el dictado de ella, porque la soledad es una mujer de labios gruesos, con su piel erótica, su voz fina, su mirada profunda, quien puede abandonar lo que se ama y en secreto se odia.