domingo, 3 de agosto de 2008

Amaneció como un día cualquiera, las sombras aun siguen despiertas, aunque el frío de la creación en serie toma el rostro de la mañana, la ventana opaca en su marco, corroída, arruga el cristal en el primer bostezo que no se cuaja, adentro cerca de la cama descansan aun las sabanas arrugadas, los sueños en ese juego de pretender tener vida, el teléfono que hacer con el, hoy como aller es un silencioso compañero, no repica, no grita, no habla, así la ilusión se queme al escuchar un error, un repicar equivocado, no hay tiempo para la ducha, el desayuno es otra forma para silenciar la espera, escuchar esa voz suave, las caricias que despiertan su voz, recuperar la cordura, en su voz la razón, aunque ya van tres días y de sus vientos me alejo, todo fue un beso tibio, aun espero tener su amor, recuerdo cuando en sus olas sumergía las dudas, en tu playa cubría el cuerpo del temor, me sumergía dejando arriba el aire para encontrar el color, la vida, la danza de las mareas pacíficas, la inmensidad momentánea de perderse en los sentidos, mas aun recuerdo que la edad llena de picaduras, de sudorosos recuerdos, de vagos momentos, había pasado, como pudo de nuevo surgir ese terremoto continuo de entregar la esperanza a una embarcación ajena, sigo apegado a la silla, taladrando con una broca de tres pulgadas mi desgastado cerebro, declarándome ebrio en la ansiedad, la puerta, no me importa su ruido, no me interesa saber quien la golpea, cuando se que los lazos que nos separan se cuelgan de los alambres del teléfono.

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