viernes, 17 de agosto de 2007

La noche una rustica imagen, estrellas que se acomodan en el horizonte mezcladas entre el cielo, como guirnaldas en diciembre componiendo en detalles las ramas de la inmensidad azulada, muestra de la oscuridad atenuada en el brillo de la luna, tallando entre las esquinas de una presurosa composición, de un silencio muerto, interrumpir el grito y la explosión, arde entre los carbones un corazón lleno de gozo, amante de esa delirante sensación de chocar entre la llama, caer entre las rocas, penetrar en los confines del océano sin la presurosa sensación de respirar, estallar en la mañana antes de despertar, caminar por las calles infestadas de la plaga de la muerte sugerida, tocando el plomo, gesticulando entre la carretera, escupiendo sangre como solución inconveniente al mañana, llenando el estomago con gusanos fritos, danzando entre las líneas ocupadas del tren y dejando un pequeño espacio a la minimalista música de verano, el festival que se repite, la sensación brusca de saltar y perder calamina entre la arena, morder los nutrientes de una ensalada con los frutos del delirio, tomar los frascos viejos de la mayonesa sin lavar, llenarlos con locuras en una tarde gris, esperar golpeando un saco de arena mientras la tarde se enfría para así morder con sevicia la noche, lanzar un oper de derecha, una patada a la nuca y tirar al vacio la sombra hueca de los recuerdos, correr sin temer al sudor y a la sensación de cansancio, una y otra vez mientras cambian las estaciones y las puertas golpean, se abren al paso y al encuentro, se cierran a la complicidad de un deseo, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar, esperar; cuando la calma llegue repetir de nuevo la dosis, morder el metal de los tractores, desayunar truenos tragándose los rayos y todos los gestos, entre las redes cubrir los nodos y cortarlos, culminar con los sueños de un mañana mejor, luego abra de venir la calma con dosis hipnóticas de sedantes, en un cuarto tan blanco como limpio , en las ataduras de una camisa inconveniente y las orbitas, que importaran ya las orbitas cuando la cuenca abandona su cause.

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