domingo, 30 de diciembre de 2007

Recuerdo la Carretera con sus toneladas de pavimento, las cintas blancas que definen los limites, las líneas amarillas que se marcan en el centro se entreveran en la montaña escalando hacia la cima y se pierden cuando se desciende por la trenzada carretera, en cada curva el neumático deja las huellas negras y ese olor a quemado penetrando a destiempo, el cajón de latas rodaba a gran velocidad respondiendo a los comandos rotativos de la dirección y esta a su vez era esclava del piloto, por la mente no se le cruzo la habitual reacción disminuir la velocidad, tomar las curvas con calma, conducir a la defensiva, era necesario acelerar, castigar la conciencia y la lógica, la calle sangraba y sus gritos quedaron envueltos en los guarda fangos, el ruido de un cuerpo que evita detenerse, el delirio de correr sin razón o necesidad de meta, acelerar bruscamente sin temor a los accidentes. El vacio del precipio no es remedio cuando se poblan las autopistas pardas del ensueño, se garantiza que el mañana y el hoy se mezclan en un coctel único de la perdición, el hecho delirante de no desear la razón, matricular las intenciones a un deseo cualquiera, al viejo juego de rol, continuar ser quien siempre se ha sido, beber café, fumar un cigarrillo, decantar los trozos quemados y continuar, entonces tenemos un remedio que no existe, una carretera, un auto, el pedal del acelerador, la palanca de cambios que se regula con el tiempo neutro, con la manera inteligente de manejar la relación de compresión y la forma cuidadosa de no rebasar las 3000 rpm al cambiar la relación de fuerza, manteniendo la potencia en un balance positivo, las ventanillas siempre arriba, se mantiene sin cuidado el ruido caliente del aire que se filtra, la melcocha ilada en los lamentos de quien queda atrás, echando madres al bruto que rebasa sin razón, a lo bueno del clima seco que deja intacta la progresiva necedad de calentar las calles y el agarre sea el justo con unas llanta de marca china, el reproductor mantiene la música adecuada con tonos altos y estridentes, el carro araña el pavimento en las curvas, en cuestión de segundos una carretera llena de curvas, un desenlace con lluvia. La frenética necedad de estimular los sentidos al sentir la fatalidad, una cosa es conducir a mas de 200 km/h en los juegos de video y otra muy diferente es chocar con una roca de mas de 100mt de altura y filosas carnosidades de metal que respiran frio, es cierto cuando la muerte esta cerca los segundos transcurren con marchas en paro, el sonido ensordecedor del metal desmembrado, de vidrios que explotan y espacios que se reducen, aproximando los pies del piloto al motor que se atrofia, en pocos segundos descubrir el error, todo pudo terminar, existen otros caminos, las dudas son sanas, el amor puede romper barreras, todo esto pasa en la cabeza revolucionada de quien rueda por el piso aprisionado, rodeado de explosiones, esclavo de su voluntad aturdida, de la geografía que traza la ruta de la caída, de rebotar y caer al fondo del precipicio , como no ser consiente; todo tiene su final, de nada sirven las disculpas ni las quejas, cuando las consecuencias marcan el destino.